En el techo, destartalada, una luz artificial y amarilla constantemente encendida. Sobre el suelo, de un parqué que nunca está limpio, pañuelos de papel, unas babuchas y una papelera naranja, del mismo color que las paredes. Entre el techo y el suelo, la vida, o eso espera.
En una esquina, un armario blanco decorado con un mapa del mundo, los lugares a los que nunca viajará. Una hoja de calendario llena de anotaciones, de citas impuestas. El cartel que anuncia un espectáculo de baile: promesas, anhelos.
El armario no cierra, está repleto de ropa descolorida, de zapatos con las suelas despegadas. Se entreven accesorios inútiles y cuadernos amontonados. Sobre el armario, una montaña de libros en los que buscar otras vidas, donde olvidarse de la propia. Se hayan también sobre él, la esterilla de un gimnasio al que nunca fue, el casco de una bici que nunca monta, un montón de CD´s repetidos, los mismos que suenan, en ese momento, por el ordenador, situado en la mesa.
La mesa está pegada a la otra pared, es de madera y, sobre ella, se desperdigan bolígrafos sin tinta, rotuladores y pastillas para el dolor de cabeza. Un ordenador que le cuesta encenderse y un teclado que tiene vida propia. Manchas verdes en la mesa indican un pasado desconocido.
Un sillón de cuero negro protesta por no encontrar su sitio, la habitación es minúscula y no puede ejercer su función de asiento delante de la mesa. Así que se conforma con ejercer de cómoda y, obstruyendo el paso, detrás de la puerta, servir de soporte de mochilas, bolsos y ropa amontonada.
La cama no es individual pero tampoco de matrimonio, tiene esa medida absurda que no es ni lo uno ni lo otro, como no podía ser de otro modo. Una colcha a cuadros, retazos del pasado que quedó atrás, y un par de cojines hambrientos.
Nada es lo que parece y la rejilla de un verdulero hace las funciones de una mesilla de noche. Más libros, más cuadernos, más pañuelos, más desorden. Un reloj que suene a las ocho y le saque de las pesadillas. Una lámpara negra. Unas gafas. Objetos varios, objetos inútiles.
Una ventana que no ejerce de ventana, un muro que se alza acabando con la útima esperanza de que entre algo de luz y demasiadas imágenes decorando las paredes. Fotografías y cuentos. Poesías que dejaron de tener el significado primario. Y la habitación descrita, lugar de encierro, es, al mismo tiempo, la mayor cárcel y la más efectiva liberación.
1 comentario:
Sí... uno no tiene muy claro si querría estar ahí, o muy lejos...
Estupenda descripción, señorita.
Un beso!
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