"Los viajes permiten huir de todo... quizá son la última bienaventuranza que nos queda al alcance de la mano: el último impulso romántico".
En pro de motivarnos y darle un impulso al periodismo local, nos han encargado ser "corresponsales en Madrid". Nos han dividido por distritos y nos han planteado que nos lo tomemos como si el distrito asignado se tratase de un país del que debemos cubrir todo lo que acontezca. Nos han aconsejado que localicemos comisarías, centros de salud, asociaciones de vecinos y otras posibles fuentes, pero que, principalmente, paseemos por nuestro barrio con los ojos muy abiertos.
Igual que al viajar, cuando nos adentremos en nuestro espacio, debemos olvidarnos de ideas preconcebidas y prejuicios, debemos mirar más allá, más allá de todo, y estar abiertos a aquello cuánto acontezca, ser los omnipresentes observadores, palpar, sentir...
Sin embargo, cuando entre los compañeros hablamos, a la emoción del descubrimiento le anteponemos el miedo, la duda a lo desconocido, la incertidumbre de no saber cómo introducirnos, cómo empezar a informar, cómo oler, ver, saborear, tocar y oír nuestro distrito. Esas son las ideas que estos días vuelan por el máster y, por ello, andamos preguntando a todos los profesores, pidiendo consejos a los periodistas locales y olvidándonos de que en el descubrimiento que se nos presenta existe la posibilidad de aprender, de sacar el viejo impulso de los viajeros románticos.
Mi distrito a cubrir es el Madrid centro, desde Embajadores a Bilbao, desde el Manzanares al Prado. Al lado de postales y suspiros, en mi habitación, he colocado un callejero, he señalado lugares, posibles fuentes, calles... y lo observo mientras me preparo a introducirme, a dejarme seducir.
Pero en la novedad siempre resta algo del ayer, y en el descubrimiento siempre está la base de un pasado, y alejar ideas preconcebidas como nos han aconsejado es más difícil de lo que parece. Así que me detengo y observo la pared de mi habitación y entre postales y mapas, palpa la idea del viaje como huida y en letras enormes, para que no se me olvide, sigue viva aquella frase que cuando la escuche, hace casi dos años, supe que ya nunca me la quitaría de la cabeza, como si se tratase de las cadenas de las que no podemos desprendernos.
Me abro a descubrir, pero gana la desconfianza. El prejuicio de saber que todo nuevo conocimiento y nueva vivencia tiene su precio, precios a menudo demasiado caros, y para los que a veces no nos queda más remedio que declararnos insolventes. Descubrir, como viajar, puede ser muy duro. Y me vuelve a encadenar, a perseguir la frase, el miedo, la vulnerabilidad, el saber que descubrir, que "viajar es el más terrible de todos los pecados".
2 comentarios:
¡Qué chulo el plano en el corcho!
Saludos.
Me ha tocado vallecas lugar de redención
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