Ellos lo llaman lucha armada. «Como si sus víctimas fueran asesinadas en combate y no emboscadas mientras iban a comprar el periódico», escribió
Fernando Savater en su libro
Perdonen las molestias. El terrorismo que en España lleva a cabo la banda separatista ETA era en 1986 «uno de los supuestos más delicados, sino el que más, al que con demasiada frecuencia han de enfrentarse los informadores», según se recogía en
Cuadernos para el debate. Hoy, más de 20 años después, el terrorismo sigue siendo un problema latente en la sociedad española. Y pese a la gran cantidad de casos sobre los que, desgraciadamente, hay que informar, no existe a nivel profesional ningún documento sobre el tratamiento de la información que deben hacer los medios de comunicación ante temas de terrorismo.
Según informan organismos profesionales como la
Asociación de la Prensa de Madrid (APM) o la
Fundación de las Víctimas del Terrorismo (FVT), no hay un acuerdo concreto sobre este asunto más allá de reflexiones como las que se recogen en
Cuadernos para periodistas (APM) y
Terrorismo, víctimas y medios de comunicación (FVT), o las
Reflexiones sobre los medios de comunicación y el terrorismo que recogió el Consejo de Administración de RTVE en 2003.
Mientras que para informar sobre violencia de género, menores o inmigración sí existen documentos aprobados explícita o implícitamente por todos los medios, en asuntos de terrorismo son los periodistas los que deben autorregularse y definir sus patrones de actuación.
A este respecto,
Howard Simons escribió en el diario
El País una tribuna con el título «Poder y culpas de la Prensa» donde exponía: «Desde la profesión periodística siempre se ha rechazado cualquier limitación a la libertad de expresión y al tratamiento de estos asuntos». Los periodistas son reacios a cualquier limitación a su libertad de expresión, incluida una posible discriminación positiva en pro de la lucha contra el terrorismo. De este modo justifica el director de comunicación de la FVT,
Fernando Delgado, esta ausencia de legislación: «Los medios de comunicación en España tienen una libertad absoluta, no hay códigos como en otros países, lo que sí hay son acuerdos implícitos no escritos pero que se mantienen».
Vocabulario ideológico
Utilizar unos términos y no otros cuando se habla de ETA es uno de ellos. El uso de un vocabulario que refleja cómo «el lenguaje está vinculado a la ideología», según explica el filólogo
Luis Veres en su libro
La retórica del terror (sobre lenguaje, terrorismo y medios de comunicación). El lenguaje,
explica Veres, es una «poderosa arma, una máscara cuya única finalidad es tergiversar la realidad en lugar de representarla, capaz de convertirse en un instrumento de agitación y de propaganda, pero también de cohesión social y socialización».
Ya explicó el lingüista Saussure que el lenguaje «no es un proceso arbitrario, sino que proporciona una imagen mediadora ante la realidad que puede informarnos acerca de esa misma realidad». Es por ese carácter ideológico y por esa vinculación política, que el uso de un tipo u otro de lenguaje en las informaciones sobre terrorismo acarrea tanto conflicto.
Quien también vivió esa polémica fue
Julio Medem, que para recrear en su documental
La pelota vasca la situación que vive el País Vasco, dio voz tanto a víctimas como a verdugos.
Son dos puntos de vista ante la realidad vasca. Uno es apostar por una información aséptica e intencionadamente objetiva que informe de los hechos sin condenarlos. Es la postura que primó hasta finales de los 80, según explica Delgado: «Sólo a partir de principios de los 90 es cuando, por ejemplo, se les empieza a llamar banda terrorista en lugar de activistas». Jesús Ceberio, el que fuese antecesor del actual director de El País, justifica ese lenguaje más neutral por la herencia franquista: «La asepsia informativa que con mayor o menor intensidad contaminó a muchos medios durante demasiado tiempo es sólo justificable desde el miedo y la herencia deformante de cuarenta años de censura en los que ETA llegó a contar con alguna comprensión de la izquierda como fuerza de choque contra la dictadura».
Miguel Ángel Blanco
El asesinato, en agosto de 1997, del concejal del partido popular de Ermua Miguel Ángel Blanco supuso un antes y un después en el enfoque informativo del terrorismo, tal y como aseguran desde la FVT.
ETA intentó chantajear al Estado pidiendo el traslado de sus presos políticos al País Vasco, en menos de 24 horas, a cambio de la vida del concejal. España entera se lanzó a la calle al grito de «Basta ya». «Los españoles eran conscientes de que ETA cumpliría su chantaje si no aceptaban sus premisas. Pero aún así se echaron a la calle gritándole que dejase de matar», explica Delgado.
Hasta entonces, si las víctimas pedían ayuda al gobierno se les replicaba que su postura era inoportuna porque enrarecía el ambiente e impedía la comunidad de sentimientos democráticos entre los representantes del gobierno y la banda terrorista. Hasta ese momento, en las detenciones se hablaba de los crímenes del terrorista casi como heroicidades y a las víctimas se las relegaba al olvido. «Aquel asesinato supuso la toma de conciencia de una sociedad, se empezó a hablar de las víctimas de otro modo, se aunaron las fuerzas contra el terrorismo», matiza Delgado.
Ante el miedo, compromiso
La periodista y catedrática vasca
Edurne Uriarte, una de las fundadoras del
Foro de Ermua, reivindica que no se utilice un lenguaje neutral, sino condenatorio contra ETA: «El periodista no puede ni debe ser aséptico, no puede lanzar la misma mirada ética al asesino que al asesinado».
Uno de los motivos por los que el periodista opta por esta actitud es por el temor a las represalias: «Si quieres trabajar en periodismo, o te atreves a decir lo que piensas, o debes retirarte. Ante el miedo, la única actitud puede ser el compromiso», añade.
«El miedo y el terror son la verdadera significación del terrorismo. Sólo los humanos son conscientes de que pueden morir, por eso tienen miedo», apunta Veres. Ante el temor, los periodistas a veces optan por intentar dar un tratamiento neutral. «Surge al tratar un atentado terrorista como cualquier otra noticia; la asepsia del lenguaje no puede ser más cruel», añade.
Un término como «Tregua», tan acuñado por la banda durante los periodos en los que no ha llevado a cabo atentados, significa, según el director de
Efe,
Alex Grijelmo, «un pacto que permitía a dos ejércitos dejar de atacarse», por lo que el término tal como ETA lo usó se aleja de su significado originario para introducir la presuposición de que existía una guerra entre dos estados que ahora decidían llegar a un acuerdo. «No fue una tregua, fue un alto al fuego», añade Grijelmo.
El premio Pulitzer
David Broker añade que el periodismo no puede limitarse a narrar los hechos: «No hay periodismo neutral».
Jose Antich, director de
La Vanguardia, matiza: «No puede existir la equidistancia en la información sobre el terrorismo. Aunque sólo fuera por un compromiso moral y ético».
A veces, la premura para informar de un atentado es la que provoca que se produzcan estas distorsiones del lenguaje. Veres explica: «ETA suele calcular la hora de los atentados con sumo cuidado, para que la noticia aparezca en el próximo telediario, sin que los periodistas tengan tiempo para mucho más que transcribir los mensajes de los teletipos». Eso justificaría que muchos de los atentados más sangrientos se produjeran en verano. Un contexto de vacío informativo generalizado en el que es más fácil acaparar la información de toda la jornada.
Estas cuestiones derivarían en un análisis más detallado sobre otra serie de aspectos como: cuáles son los límites de la información, si se debe o no enseñar una foto repulsiva, hasta qué punto el terrorismo se nutre de la publicidad que se engendra en los medios, si destacar y magnificar atentados es darle un altavoz a la violencia o es rendirle un homenaje a las víctimas... Si callar es una contradicción y una incoherencia.
Unamuno, vasco universal, escribió: «No nos mata la oscuridad, sino la indiferencia». Antes de informar, habrá que plantearse también si el periodista puede o no olvidarse de que además de informar, tiene el deber de denunciar. Preguntarnos si por encima del derecho a la información, está el derecho a la vida.