miércoles, 21 de abril de 2010

ETA y la mentira de la objetividad



Ellos lo llaman lucha armada. «Como si sus víctimas fueran asesinadas en combate y no emboscadas mientras iban a comprar el periódico», escribió Fernando Savater en su libro Perdonen las molestias. El terrorismo que en España lleva a cabo la banda separatista ETA era en 1986 «uno de los supuestos más delicados, sino el que más, al que con demasiada frecuencia han de enfrentarse los informadores», según se recogía en Cuadernos para el debate. Hoy, más de 20 años después, el terrorismo sigue siendo un problema latente en la sociedad española. Y pese a la gran cantidad de casos sobre los que, desgraciadamente, hay que informar, no existe a nivel profesional ningún documento sobre el tratamiento de la información que deben hacer los medios de comunicación ante temas de terrorismo.
Según informan organismos profesionales como la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) o la Fundación de las Víctimas del Terrorismo (FVT), no hay un acuerdo concreto sobre este asunto más allá de reflexiones como las que se  recogen en Cuadernos para periodistas (APM) y Terrorismo, víctimas y medios de comunicación (FVT), o las Reflexiones sobre los medios de comunicación y el terrorismo que recogió el Consejo de Administración de RTVE en 2003.
Mientras que para informar sobre violencia de género, menores o inmigración sí existen documentos aprobados explícita o implícitamente por todos los medios, en asuntos de terrorismo son los periodistas los que deben autorregularse y definir sus patrones de actuación.
A este respecto, Howard Simons escribió en el diario El País una tribuna con el título «Poder y culpas de la Prensa» donde exponía: «Desde la profesión periodística siempre se ha rechazado cualquier limitación a la libertad de expresión y al tratamiento de estos asuntos». Los periodistas son reacios a cualquier limitación a su libertad de expresión, incluida una posible discriminación positiva en pro de la lucha contra el terrorismo. De este modo justifica el director de comunicación de la FVT, Fernando Delgado, esta ausencia de legislación: «Los medios de comunicación en España tienen una libertad absoluta, no hay códigos como en otros países, lo que sí hay son acuerdos implícitos no escritos pero que se mantienen».

Vocabulario ideológico
Utilizar unos términos y no otros cuando se habla de ETA es uno de ellos. El uso de un vocabulario que refleja cómo «el lenguaje está vinculado a la ideología», según explica el filólogo Luis Veres en su libro La retórica del terror (sobre lenguaje, terrorismo y medios de comunicación). El lenguaje, explica Veres, es una «poderosa arma, una máscara cuya única finalidad es tergiversar la realidad en lugar de representarla, capaz de convertirse en un instrumento de agitación y de propaganda, pero también de cohesión social y socialización».
Ya explicó el lingüista Saussure que el lenguaje «no es un proceso arbitrario, sino que proporciona una imagen mediadora ante la realidad que puede informarnos acerca de esa misma realidad». Es por ese carácter ideológico y por esa vinculación política, que el uso de un tipo u otro de lenguaje en las informaciones sobre terrorismo acarrea tanto conflicto.
Quien también vivió esa polémica fue Julio Medem, que para recrear en su documental La pelota vasca la situación que vive el País Vasco, dio voz tanto a víctimas como a verdugos.
Son dos puntos de vista ante la realidad vasca. Uno es apostar por una información aséptica e intencionadamente objetiva que informe de los hechos sin condenarlos. Es la postura que primó hasta finales de los 80, según explica Delgado: «Sólo a partir de principios de los 90 es cuando, por ejemplo, se les empieza a llamar banda terrorista en lugar de activistas». Jesús Ceberio, el que fuese antecesor del actual director de El País, justifica ese lenguaje más neutral por la herencia franquista: «La asepsia informativa que con mayor o menor intensidad contaminó a muchos medios durante demasiado tiempo es sólo justificable desde el miedo y la herencia deformante de cuarenta años de censura en los que ETA llegó a contar con alguna comprensión de la izquierda como fuerza de choque contra la dictadura».

Miguel Ángel Blanco
El asesinato, en agosto de 1997, del concejal del partido popular de Ermua Miguel Ángel Blanco supuso un antes y un después en el enfoque informativo del terrorismo, tal y como aseguran desde la FVT.
ETA intentó chantajear al Estado pidiendo el traslado de sus presos políticos al País Vasco, en menos de 24 horas, a cambio de la vida del concejal. España entera se lanzó a la calle al grito de «Basta ya». «Los españoles eran conscientes de que ETA cumpliría su chantaje si no aceptaban sus premisas. Pero aún así se echaron a la calle gritándole que dejase de matar», explica Delgado.
Hasta entonces, si las víctimas pedían ayuda al gobierno se les replicaba que su postura era inoportuna porque enrarecía el ambiente e impedía la comunidad de sentimientos democráticos entre los representantes del gobierno y la banda terrorista. Hasta ese momento, en las detenciones se hablaba de los crímenes del terrorista casi como heroicidades y a las víctimas se las relegaba al olvido. «Aquel asesinato supuso la toma de conciencia de una sociedad, se empezó a hablar de las víctimas de otro modo, se aunaron las fuerzas contra el terrorismo», matiza Delgado.

Ante el miedo, compromiso
La periodista y catedrática vasca Edurne Uriarte, una de las fundadoras del Foro de Ermua, reivindica que no se utilice un lenguaje neutral, sino condenatorio contra ETA: «El periodista no puede ni debe ser aséptico, no puede lanzar la misma mirada ética al asesino que al asesinado».
Uno de los motivos por los que el periodista opta por esta actitud es por el temor a las represalias: «Si quieres trabajar en periodismo, o te atreves a decir lo que piensas, o debes retirarte. Ante el miedo, la única actitud puede ser el compromiso», añade.
«El miedo y el terror son la verdadera significación del terrorismo. Sólo los humanos son conscientes de que pueden morir, por eso tienen miedo», apunta Veres. Ante el temor, los periodistas a veces optan por intentar dar un tratamiento neutral. «Surge al tratar un atentado terrorista como cualquier otra noticia; la asepsia del lenguaje no puede ser más cruel», añade.
Un término como «Tregua», tan acuñado por la banda durante los periodos en los que no ha llevado a cabo atentados, significa, según el director de Efe, Alex Grijelmo, «un pacto que permitía a dos ejércitos dejar de atacarse», por lo que el término tal como ETA lo usó se aleja de su significado originario para introducir la presuposición de que existía una guerra entre dos estados que ahora decidían llegar a un acuerdo. «No fue una tregua, fue un alto al fuego», añade Grijelmo.
El premio Pulitzer David Broker añade que el periodismo no puede limitarse a narrar los hechos: «No hay periodismo neutral». Jose Antich, director de La Vanguardia, matiza: «No puede existir la equidistancia en la información sobre el terrorismo. Aunque sólo fuera por un compromiso moral y ético».
A veces, la premura para informar de un atentado es la que provoca que se produzcan estas distorsiones del lenguaje. Veres explica: «ETA suele calcular la hora de los atentados con sumo cuidado, para que la noticia aparezca en el próximo telediario, sin que los periodistas tengan tiempo para mucho más que transcribir los mensajes de los teletipos». Eso justificaría que muchos de los atentados  más sangrientos se produjeran en verano. Un contexto de vacío informativo generalizado en el que es más fácil acaparar la información de toda la jornada.
Estas cuestiones derivarían en un análisis más detallado sobre otra serie de aspectos como:  cuáles son los límites de la información, si se debe o no enseñar una foto repulsiva, hasta qué punto el terrorismo se nutre de la publicidad que se engendra en los medios, si destacar y magnificar atentados es darle un altavoz a la violencia o es rendirle un homenaje a las víctimas... Si callar es una contradicción y una incoherencia.
Unamuno, vasco universal, escribió: «No nos mata la oscuridad, sino la indiferencia». Antes de informar, habrá que plantearse también si el periodista puede o no olvidarse de que además de informar, tiene el deber de denunciar. Preguntarnos si por encima del derecho a la información, está el derecho a la vida.


DESPIECE

El primer asesinato de ETA a un policía francés visto desde los medios extranjeros


El pasado 16 de marzo la banda terrorista ETA traspasó las fronteras españolas. Por primera vez asesinó a un policía francés. El País informó: «Es la primera vez que la banda mata a un agente de un cuerpo de seguridad francés». Por su parte, ABC escribió: «Al menos tres miembros de la banda terrorista ETA asesinaron, a primeras horas de la noche de ayer, en la periferia de París, a un jefe de Brigada francés».
La noticia se convirtió rápidamente en portada de todos los medios digitales españoles. Sin embargo, en Francia se vivió desde un segundo plano. Las reacciones políticas tardaron más de 24 horas en llegar. La ausencia de información abrió el debate sobre el tratamiento mediático en actos terroristas de los medios extranjeros en comparación con el de los españoles. Le Monde lo publicó en portada, aunque como noticia secundaria; su titular fue: «El movimiento vasco ETA se radicaliza y ataca en Francia». En la información utilizaban términos como «organización separatista» y «activistas». Le Figaro también informó del asesinato denominando a ETA como «organización separatista vasca».
La percepción de esta noticia no es la misma si a ETA se le llama organización «terrorista» que si se le llama «activista». Ante esto, el director de ABC, Ángel Expósito, indicó: «Esto refleja el rechazo social o el inexistente conocimiento social de la ciudadanía francesa hacia esta cuestión. Si son delincuentes comunes, si son separatistas y si son activistas no se les va a repeler igual que si se les considera terroristas».
Por su parte, diarios como el inglés The Times también aludía a ETA como «banda separatista» sin hacer demasiado hincapié en su actividad terrorista. También el diario italiano La Repubblica informó del asesinato, pero poniendo en boca del gobierno español que la autoría del crímen fuese del comando terrorista. Otros medios, como el también italiano Il Giornale, sí dieron una información precisa y hablaron claramente de «terroristas vascos» y de «la víctima de ETA número 858».
Por otro lado, las tecnologías y la web 2.0 permiten que, además del diario simpatizante con ETA, Gara, florezcan, sin ningún control, los grupos en las redes sociales aupando a los asesinos. Así como blogs donde los proetarras tienen tribuna abierta para escribir informaciones como: «El tal Juan Carlos Bobón volvió en plan chulesco a ese país que permanece bajo su dominio por la fuerza de las armas y el terror» o «país de descerebrados españoles», entre otros ejemplos.
Dichas informaciones de matiz propagandística están impregnadas de términos como «comando, santuario, acciones, miembro, activista, guerrilla, zulo, banda armada o ajusticiar». Un vocabulario con el que los etarras pretenden manipular el lenguaje. Del mismo modo, utilizan términos como «terroristas de la pluma» o «terroristas verbales» para hacer referencia a los periodistas que se pronuncian en contra de sus intereses, según señala Lázaro Carreter en su Diccionario de términos filológicos.
Fue precisamente en estos blogs, cuando, tras la detención del terrorista «El Guindi», presunto asesino del policía francés, se apuntó: «Lamentable detención del patriota vasco (...), joven que como tantos otros dedican sus generosas vidas a luchar por la libertad de nuestra patria» . Queda obvia la manipulación cuando se define como «generosa» a una persona que acaba de asesinar a otra.


DESPIECE

Goebbels y la fuerza de la repetición

Durante el nacionalsocialismo alemán, a las personas recluidas en los campos de concentración se las denominó «piezas». El término «persona» no estaba en grado de utilizarse para alguien que profesase la religión judía. Así, si los judíos eran cosas y no personas no tenían por qué disfrutar de unos derechos humanos. Este proceso de cosificación, o, lo que es lo mismo, de deshumanización de las personas, fue la idea transversal que dio pie a la barbarie del nazismo.
En su libro El poder, el académico italiano Romano Guardini escribió: «Por las palabras que emplea o evita, el lenguaje enseña mucho sobre la constitución interna de una época».
Los términos utilizados durante el nazismo eran, por tanto, reflejo de una ideología. Palabras relegadas al beneficio de una intención. La lengua alemana se convirtió en un valioso instrumento al servicio del orden y la propaganda bajo el dominio del Reich.


Imágenes del lenguaje
Primo Levi, el escritor que en Si esto es un hombre relató de modo autobiográfico su experiencia en el campo de exterminio nazi de Auschwitz entre 1945 y 1947, escribió: «Todos los lenguajes están llenos de imágenes y metáforas cuyo origen se va perdiendo». Ese fue el caso de términos como raza o pueblo, que adquirieron un significado concreto en un contexto de abundante propaganda emocional.
Goebbels, el ministro de propaganda de la Alemania nazi, supo manejar el lenguaje y las palabras para conseguir sus objetivos y poner a sus pies a una nación. Su mítica cita «Una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad» fue llevada a la práctica por su departamento logrando discursos tan emblemáticos como los que se pronunciaron en Venecia durante los juicios de Nuremberg.
Testimonios que en muchos casos recogió la cineasta Leni Riefenstahl. La directora alemana reflejó no sólo el uso de un lenguaje textual sino la importancia de un lenguaje corporal y de unos recursos paralingüísticos aplicados a intenciones políticas. Olympia, su documental sobre los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, se convirtió en un icono del nazismo, donde detalles como enfatizar con una iluminación concreta una imagen de Hitler daban la sensación de que el poder del Führer tuviese una procedencia divina.
Durante el nazismo, y Goebbels fue un experto, se demostró que la cuidada utilización del lenguaje conlleva a la manipulación. La catedrática de la Universidad complutense de Madrid María Jesús Casals explica que manipular «no es persuadir, sino falsear la realidad explicando hechos y emociones por medio de argumentos falaces, bien construidos pero equivocados en su contenido».
Similares intenciones tienen los terroristas de ETA cuando pretenden ofrecer una información manipulada amparándose en argumentos falaces relativos, por ejemplo, a la independencia del País vasco. «La manipulación por su parte se produce —explica la periodista experta en juicios a terroristas para el diario ABC— cuando intentan vendernos su discurso político, ya lo hagan desde el banquillo de los acusados o desde la tribuna de un acto político. Son ambiguos en muchas cosas y tergiversan tanto la historia de España como la realidad para justificar su propia existencia. Me refiero a que vayan de demócratas, de respetuosos con las instituciones y luego eviten a toda costa condenar cualquier acto violento. Eso son hechos y los periódicos los reflejamos, pero no creo que manipulemos. Y cuando transcribimos su discurso, en general, el de los mitines o el de los comunicados de ETA, tratamos de ofrecerlo tal cual, y eso basta para que se desacrediten».

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