«El mérito recae exclusivamente en el hombre que se halla en la arena (…), el que lucha con valentía, el que se equivoca y falla el golpe una y otra vez», pronunció el presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosvelt, en un discurso en Paris titulado «El Hombre en la Arena». Es el eterno oxímoron de Samuel Beckett: «Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor».
Mandela se propuso unir a unos blancos, aún déspotas, y a unos negros, aún resentidos, usando como baza la pasión compartida por el rugby, en un contexto marcado por el «apartheid».
Pero, ¿importa si fue o no real? A veces las palabras —las de Roosevelt, las de Henley, las de Beckett— llegan en el momento oportuno; son el impulso necesario. Y amarlas es encontrar el mejor modo de usarlas; transformarlas para que a cada uno le sirvan para hallar sentido, incluso cuando no lo hay. Da igual qué ocurrió. También Eastwood es el amo de su destino; el capitán de su alma.
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