miércoles, 3 de febrero de 2010

«La obsesión era atender al máximo de pacientes»


Tras doce días participando en las labores de emergencia en Haití, el médico Prados llega a ABC para contar cómo ha sido su experiencia

Verdes, los pacientes leves. Amarillos, los intermedios. Rojos, los muy graves, los que tenfrán prioridad a la hora de ser atendidos. Y azules… «Claro, a ellos nos les podíamos decir que eran azules…», explica el médico. Azules, aquellos que están tan graves que las probabilidades de que sobrevivan son demasiado bajas. No hay tiempo para intentarlo. Negros, los muertos.
En este código de colores, los médicos desplazados hasta Haití clasifican a los pacientes. Con esta paleta van estableciendo prioridades de cara a atenderlos: «son muchos y los recursos están muy limitados». Así lo explica el Jefe del departamento de protección civil del SAMUR del Ayuntamiento de Madrid, Fernando Prados Roa.
Hace apenas una semana regresó de Haití, donde el terremoto que asoló Puerto Príncipe el pasado 12 de enero ha provocado casi 200.000 muertes. Allí,  junto a otros nueve profesionales sanitarios, ha participado, durante doce días,  en labores médicas de emergencia.

—¿Qué es lo primero que hace un equipo de emergencia al llegar a una catástrofe?

—Lo primero fue aterrizar. La torre de control no funcionaba y eran los norteamericanos los que nos daban instrucciones de quiénes podían y quiénes no. Dentro de lo que cabe, no nos fue mal. Sólo tuvimos que esperar 45 minutos. Nosotros ya habíamos contactado con los cascos azules de la ONU. Ellos estaban instalados en el aeropuerto y nosotros hicimos lo mismo. Lo primero era buscar donde actuar. Para eso cogimos a un chofer y le dijimos que nos llevara a los hospitales. Nos quedamos en el primero que vimos, el de «La Paz».

—¿Cómo era una jornada de trabajo en Haití?

—A las seis de la mañana, los cascos azules nos llevaban al hospital. En teoría, a las seis de la tarde nos teníamos que volver al aeropuerto, aunque al final, solíamos retrasar el regreso hasta las ocho, ya que había pacientes que sabíamos que si no los atendíamos, al día siguiente ya no iban a estar vivos. Traían a los heridos ayudándose de cartones y restos de puertas. Así que, en colaboración con un grupo de médicos cubanos, clasificábamos a los heridos por colores, y los atendíamos según sus necesidades. No había tiempo ni de tomar la tensión, todo el trabajo era siempre muy precipitado. La obsesión era atender al máximo de pacientes posibles.
—¿Cómo reaccionaban los pacientes ante esa organización?

—Al principio todo era muy caótico; curiosamente, una réplica del terremoto, ocurrida al segundo día de estar allí, provocó que, quizás por miedo, los familiares se llevaran del hospital a muchos de los pacientes. Aquello nos sirvió para poder organizarnos mejor. Los pacientes eran absolutamente obedientes y entregados, intuían que sus vidas estaban en nuestras manos.

¿Os encontrábais con muchos casos en los que fuese necesario amputar?

—Sí, los haitianos están muy predispuestos a hacer torniquetes; esto provocaba muchos casos de necrosis y gangrenas que desembocaban en que la amputación de las extremidades fuese la única solución para salvar la vida del paciente.

—¿Qué particularidades tenía la atención hacia los niños?

—A partir del cuarto día, montamos tiendas de campaña en las afueras del hospital para poder atender mejor a los niños. Nos ayudaban un grupo de monjas, las hermanas de la Caridad de San Vicente Pau. Por otro lado, a partir del tercer día, empezamos a tener nacimientos. El primer parto que tuvimos fue por cesárea; la madre venía enferma y pensamos que no sobrevivirían. Y, sin embargo, madre y niño salieron perfectos. Esas vivencias eran la parte más agradecida de nuestro trabajo.

—¿Cómo era la actitud de los propios haitianos?

—Parecía una ciudad pseudofantasma. La gente vagaba, caminaban pero sin ninguna dirección. Incluido los médicos haitianos. La primera vez que vi a un médico haitiano por el hospital, pensé que sería una ayuda; después me di cuenta que deambulaba desorientado. No miraba a ningún paciente. Supongo que también era comprensible. Además de médico, era persona, y también habría perdido a sus allegados. Estaban todos muy afectados.

—¿Cómo se vivían los casos en los que, de pronto, salían personas con vida tras varios días atrapadas entre los escombros? 
—Era emocionante. Fue, por ejemplo, el caso de una niña de dos años. Su madre la había dado por muerta y en la propia desesperación, empezó a gritar su nombre. Y la niña se movió. Llevaba seis días bajo los escombros. Llegó al hospital completamente deshidratada, inmóvil, y a las tres horas ya se movía. No sé si será genética, selección natural… pero sobrevivió.

—¿Qué opina de la polémica con los médicos que se sacaron fotos festivas en Haití?

—Hay que ser muy prudente cuando se está en una situación así, pero tampoco hay que descontextualizar. El medio no debía haber publicado esas fotos. Es cierto que, vista desde aquí, la actitud que tuvieron pudo resultar irrespetuosa; pero hay que ser benevolente. Probablemente esos médicos están haciendo una labor extraordinaria y aquello era sólo un momento de desahogo. Seguro que están ayudando mucho más que aquellos que los criticaron.

—¿Qué considera lo primordial a la hora de acudir a una emergencia sanitaria?

—Bueno, es esencial ser autónomos, que el grupo sea capaz de autogestionarse. En nuestro caso, lo único que no llevábamos era el oxígeno, que no te dejan llevarlo en el avión. El personal médico que acude a catástrofes tiene que ser capaz de trabajar con lo que el grupo lleve. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con la comida. Es necesario que los equipos de ayuda lleven alimentos para autoabastecerse. Con nuestros dólares y nuestros euros sería muy fácil comprar allí comida, pero eso provocaría que los haitianos se queden sin sus recursos. 

—¿Notaron diferencias en el modo de trabajar de los haitianosrespecto al de los españoles?

—Se notaba mucho, por ejemplo, en la percepción del dolor. Una obsesión nuestra era que los niños no sufrieran. Ellos ni siquiera se planteaban usar analgésico. Nosotros intentamos hacer nuestro trabajo lo mejor posible, pero no podemos olvidar que no vamos allí a imponerles un modo de trabajar, ni de vivir, ni de hacer las cosas. Vamos a liberarlos de trabajo en un momento puntual, a intentar ayudarlos; pero, después, nosotros nos volvemos y ellos, los haitianos, se quedan allí.

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