domingo, 28 de febrero de 2010

¿Suicidas románticos o suicidas existencialistas?

Primero unas lecturas, luego un comentario, y el debate ya estaba puesto sobre la mesa. De diez personas que había en la sala, cinco descartaban tajantemente la idea del suicidio y otras cinco se acogían a que en un futuro nunca se sabe cómo uno va a reaccionar. La misma cuestión planteada en otro entorno dejaba las mismas estadísticas: un 50%, cuatro y cuatro. “Si uno no quiere vivir, ¿por qué ha de hacerlo?”, cuestiona alguien. Al margen quedan los debates sobre la eutanasia, hablamos de elegir morir estando en óptimo estado de salud ¿Podemos estar a favor del suicidio?


Fernando Pessoa escribió: “Y yo que odio la vida con timidez, temo la muerte con fascinación”. El historiador Philippe Ariès analiza el papel del de la muerte en la sociedad en su libro El hombre ante la muerte. Explica que el hecho natural de morir fue convertido en tema tabú con el advenimiento de la Iglesia. Es a partir de entonces cuando al querer alejarlo de la vida, se aparta también de la sociedad, dejando de ser un acto público para convertirse en un acto privado. La muerte es en la actualidad un tema del que se intenta huir ¿Puede, a pesar de eso, contener la fascinación de la que habla Pessoa? ¿Puede contener la muerte -y el hecho de elegirla libre y decididamente- algo que nos atraiga?
El suicidio es el acto por el que una persona se quita voluntariamente la vida. En la Roma clásica, Seneca, que posteriormente se suicidaría, lo ensalzaba como el último acto libre de una persona. El filósofo Immanuel Kant anotó: “Es preferible sacrificar la vida que desvirtuar la moralidad. Vivir no es algo necesario, pero sí lo es vivir dignamente; quien no puede vivir dignamente no es digno de la vida”. Son dos modos diferentes de dar justificación al suicidio.
Schopenhauer expresó: “El suicida ama la vida; lo único que le pasa es que no acepta las condiciones en que se le ofrece. Al destruir su cuerpo no renuncia a la voluntad de vivir, sino a la vida. Quiere vivir, aceptaría una vida sin sufrimientos y la afirmación de su cuerpo, pero sufre indeciblemente porque las circunstancias no le permiten gozar de la vida. ” 
Nietzsche, por su parte, es uno de los autores que más ha tratado el tema: “mucho mejor es la decisión de optar por la muerte rápida y libre a través del suicidio”.
Otras figuras, por el contrario, condenan el acto del suicidio. El alemán Goethe expresó: “El suicidio sólo debe mirarse como una debilidad del hombre, porque indudablemente es más fácil morir que soportar sin tregua una vida llena de amarguras. Quevedo escribió: “Matarse por no morir es ser igualmente necio y cobarde.”
Los argumentos predilectos, tanto a favor como en contra, se centran en la moral (o falta de moral) de quitarse la vida. Pero esto nos conduce indudablemente a analizar las causas. Emile Durkheim postuló que el suicidio era un fenómeno sociológico, que no se asociaba a un acto individualista, sino a una falta de integración del individuo en la sociedad.

¿Sufrimiento o apatía?
Problemas mentales, depresiones, pérdidas de personas amadas, autorechazo, tendencias suicidas heredadas o consumo de estupefacientes son algunas de las causas más comunes entre los suicidas. Suele relacionarse con la visión del túnel, la muerte como luz final. ¿Pero es el suicidio consecuencia únicamente de ver la muerte como única salida a una cadena de sufrimientos? ¿O es posible llegar a la decisión de querer morir tras un análisis bien ponderado y racional?
Las más conocidas historias de suicidas están abordadas desde la perspectiva del amor. Es clásica la visión romántica del suicidio como respuesta a pasiones con final amargo. El romántico alemán Friedich Von Hardenberg, más conocido como Novalis, planteo: “El verdadero acto filosófico es el suicidio; este es el principio real de toda filosofía”. En contrapunto, Albert Camus escribió: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: es el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de ser vivida es contestar la cuestión fundamental de la filosofía”.

Larra, recordado estos días por cumplirse años de su suicido, se asombraba del “apego que todos tienen, sin embargo, a esta vida tan mala” en su artículo La vida en Madrid. En torno a su figura se sigue aún hoy planteando si en su suicidio, como buen romántico, primó como consecuencia el desplante de Dolores Armijo, o, si en un tono más existencialista, su suicidio se debió a la incomprensión y al sinsentido que encontraba en el mundo en que vivía. 
El existencialismo aborda como hilo principal de sus reflexiones el sentido de la vida y la libertad individual por encima de cualquier atadura. Llegar racionalmente a la comprensión de que la vida no tiene sentido, de que lo bueno no compensa en la balanza con lo malo, ¿es una causa razonable, y en consecuencia aceptable, de desear morir?
¿Es preciso morir por amor o basta con hacerlo ante el tedio de vivir? ¿El suicidio puede ser decisión no producto de un sufrimiento, sino de unas conclusiones racionales?
Este mes se publicaba que 3.500 personas se suicidan al año en España, una cifra muy superior a las 1.897 víctimas mortales registradas el pasado año en las carreteras españolas. Sin embargo, los suicidios no son noticia en los medios de comunicación (a excepción de que el suicida sea famoso), ya que Sanidad considera que tratar el tema en la palestra pública puede incitar a suicidas potenciales.

Escribir ante la muerte
En la literatura, el tema del suicidio queda relegado a un segundo (o tercer) plano, a pesar de que la muerte es uno de sus temas más recurrentes. “Era un chico alegre, que amaba la vida y que, por el contrario, lo llamaron para escribir sobre la muerte”. Así definía Antonio Tabucchi a uno de los personajes de su novela Sostiene Pereira, un chico que, precisamente porque amaba la vida, escribía sobre la muerte, colaborando con Pereira, el protagonista de la obra, en la escritura de necrológicas.
Éste es uno de los numerosos libros que hablan de la muerte en sus páginas. El vacío literario que quizás ocupa el suicidio en las obras literarias, no encaja, sin embargo, con el amplio listado de autores que optaron por escribir de este modo su última página.
Manuel Acuña, Mariano José de Larra, Ángel Ganivet, José Asunción Silva, Vladimir Maiakovsky, Jack London, Stefan Zweig, Hemingway, Virginia Wolf, Horacio Quiroga, Alfonsima Storni, Sylvia Plath, Hart Crane, Emilio Salgari, Guy de Maupassant, Cesare Pavese, Malcom Lowry, Dylan Thomas y Gabriel Ferrater o Sándor Márai fueron sólo algunos de los escritores que se han suicidado.
Ésta es una de las razones por la que muchos escritores, en un aullido desesperado de sin sentido, identifican el proceso de escritura con un trabajo desquiciante que te acerca a la muerte. Frente al “escribir mata” que abanderan algunos, Daniel Pennac explicó que el tiempo para escribir (y para leer, y para amar), “dilata el tiempo de vivir”.
Igual la escritura no mató a estos escritores, sino que sirvió para mantenerlos con vida hasta ese momento. Frente a los pensamientos suicidas (románticos o existencialistas), escribir es, a veces, el modo más eficaz de agarrarse a la vida y amarla.


jueves, 25 de febrero de 2010

Los muros, veinte años después


Internet brinda al usuario múltiples formas de interrelacionarse, amplía sus fuentes de información y le permite prescindir de intermediarios. Le hace más autónomo, algo, hasta hace muy poco, impensable.
Pero en algunos países esa es sólo la teoría. Este martes, la polémica volvía a la palestra tras descubrirse la autoría de unos ataques, ocurridos en China, a los servicios de Google. El gobierno chino había introducido hackers en el buscador para obtener información secreta con fines políticos. Investigadores estadounidenses señalaron como autor a un consultor de seguridad chino, de unos 30 años de edad, vinculado al gobierno del país. Tras estos ciberataques, Google amenazó al país con cerrar sus operaciones en China. Lo que provocó un malestar entre las relaciones de ambos países, que afectan a otros campos como el comercio y la moneda china. El encuentro hace unos días entre el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el líder tibetano, Dalai Lama, intentó suavizar esta relación.

Esperanza y desilusión
Otro caso extremo es el que vive el pueblo iraní. El avance que supuso, el pasado junio, que la sociedad sobrepasase los limites marcados desde el gobierno, y las elecciones presidenciales estuviesen marcadas por el uso de plataformas como Twitter y el papel de la revolución verde, no ha logrado, sin embargo, dar vía libre al uso de la red. Al contrario, Irán es uno de los países donde el gobierno pone más trabas al uso libre de Internet. A principios de este mes, el problema se acentuó. El gobierno iraní anunció que suspendería permanentemente Gmail –el servicio de correo electrónico de Google–, y que en su lugar impondría un servicio nacional de correo electrónico que impida traspasar fronteras nacionales.

Internet fomenta un mayor individualismo, lo que implica relegar el control político a un segundo plano; una acción que incomoda a algunos gobiernos. Internet es poder y los que hoy sustentan el liderazgo temen perder esa ventaja competitiva. Para hacer frente a ese miedo, para frenar que el poder lo asuman las masas, los gobiernos apuestan por políticas restrictivas que atentan contra la libertad.
Años después de la guerra fría que separó al mundo con muros, las luchas por la libertad siguen siendo una asignatura pendiente. Dos décadas después de que el mundo celebrara la caída del telón de acero de Berlín, aún quedas muchos muros por tirar. Aferrados a la esperanza, portavoces del Gobiernos de Estados Unidos anotaron: “los muros virtuales no funcionan en el siglo XXI de la misma forma que lo hicieron los muros físicos en el siglo XX.” Respaldar el miedo de los actuales gobernantes no justifica –en ningún caso– atentar contra la esencia del hombre, contra su libertad.

martes, 23 de febrero de 2010

Gervasio Sánchez, hoy en ABC

Esta tarde estará en ABC el fotoperiodista Gervasio Sánchez.
El año pasado dio una charla en la Uc3m. De la misma, y de la correspondiente entrevista, escribí la nota que a continuación reproduzco. Esta tarde, más...

MADRID, 10 junio 2008


Dice que no es que él sea un periodista comprometido, sino que él es periodista y el periodismo es "compromiso, investigación, independencia". Dice que así lo aprendió en la Universidad (se licenció en 1984 en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona) y que así ha pretendido desarrollar hasta ahora su trabajo.
Quizás por eso, Gervasio Sánchez es considerado uno de los más importantes foto-periodistas de la actualidad, galardonado recientemente con el premio Ortega y Gasset.
El pasado 29 de mayo, el periodista acudió a la UC3M para participar en una conferencia sobre 'Periodismo Social en imágenes', junto a Paul Hanna, jefe de fotografía de la agencia Reuters en España y Portugal, dentro del ciclo ‘Periodismo social como clave para el desarrollo’.
En los últimos veinte años,  el reportero nos ha hecho testigos de los más importantes conflictos bélicos mundiales, acercándonos hasta nuestros salones, el drama de la guerra: “el periodismo tiene que saber documentar los hechos que suceden alrededor de nosotros, sean más lejos o sean más cerca de nuestras vidas, de nuestras fronteras anímicas y físicas. Yo intento documentar los hechos que suceden en esos lugares, sobre todo me interesa mostrar a las víctimas de las guerras, los dramas que ocurren alrededor de ella; cada vez me interesan menos los combates, los combatientes, que a la pregunta de por qué combaten, pocas veces le sigue una contestación favorable, o al menos clara”.
Sus palabras y sus fotografías muestran la realidad y contribuyen a crear una conciencia social; por ello, además de colaborar, entre otros medios, con el Heraldo de Aragón o la Ser, ha publicado libros como La Caravana de la Muerte. Las víctimas de Pinochet (2001), Cinco años después. Vidas Minadas (2002), o Sierra Leona. Guerra y Paz (2005).
Explica que lo más difícil de sus corresponsalías es el encuentro diario con el sufrimiento: “si eres mínimamente sensible, acaba afectándote mucho”. Pero asegura que no le gusta hablar de sí mismo: “porque es un espacio que le quitas a los protagonistas de los dramas; mientras aquí lo intentas digerir con la mejor de las digestiones, allí, las guerras duran décadas, como sucede en Afganistán, Sudán o El Congo”.
Las fotografías de Gervasio Sánchez miran a los ojos, por eso, a menudo no necesitan de muchas descripciones externas, sin embargo, él reivindica el poder de las palabras, la importancia de contextualizar una imagen: “hay que aclararlas con un buen pie de foto”, explica, “aunque hay fotografías que pueden funcionar por sí solas, yo creo que hay que aportar unos datos mínimos de qué es, cuándo se tomó, cómo se tomó, qué pasó. Además, siempre tener más información es bueno en cualquier cosa que hagas en tu vida.”
Se siente afortunado porque considera que ha tenido siempre la libertad necesaria para poder ejercer su trabajo, pero se encuentra crítico ante una profesión que se arrastra demasiado hacia un periodismo de "promoción, declarativo, de gabinete de prensa… donde al periodismo distinto hay que rebautizarlo". Es por ello, que se siente escéptico ante determinadas áreas periodísticas, como es el periodismo local: “sabemos las trampas permanentes que existen, la influencia que ejercen poderes extraños a la comunicación sobre la comunicación: empresas, políticos, publicidad… Hay muchas presiones y a nadie se le va a ocurrir enfrentarse a grandes empresas que tienen mucha influencia. Cuando hay intereses que entran en contradicción con los intereses del grupo mediático, automáticamente se acaba aparcando el periodismo a un lado, y se permite que ocurran cosas que, desde mi punto de vista, me parecen inaceptables.”
Ante esto, Gervasio Sánchez cree en el poder del periodismo, pero se plantea una pregunta: “¿qué pasaría si yo escribiera aquí sobre corrupción local, sobre periodismo de promoción, sobre que en las ruedas de prensa no se puedan hacer preguntar porque los ministros o el Presidente del Gobierno no las aceptan?”.
Y las preguntas… quedaron en el aire.

lunes, 22 de febrero de 2010

1001 palabras, que faltaron


En orden, Ibáñez, Armada, Bergareche y Meneses

1001 palabras esperábamos que dijeran tres figuras como las que teníamos delante. 1001 palabras y 1001 incitaciones a defender el periodismo y a creer en él. 1001 motivos y 1001 acciones. 
Pero no fue así. 
Los periodistas Alfonso Armada, Borja Bergareche y Enrique Meneses se quedaron sin palabras. O al menos -en mi opinión-, sin las suficientes, o sin las necesarias, sin las precisas. Sin las que esperábamos escuchar.

El pasado viernes se celebró en la biblioteca de ABC un encuentro impulsado por el laboratorio permanente de comunicación 1001 medios. Además de la presentación de las 6W de la web, que corrió a cargo de Paco Torres, lo más interesante del programa era la tertulia, titulada "Los límites del periodismo", a cargo de los tres citados periodistas, y moderada por Juanjo Ibáñez.
Estaban representando a tres generaciones.
Enrique Meneses, de 80 años, ha sido corresponsal en Oriente Medio y en la India; ha trabajado en ABC, en Life, en Paris-Match. Fue el primer reportero que subió a Sierra Maestra con el Ché Guevarra y Fidel Castro. Ha publicado numerosos libros, entre ellos, su biografía, Hasta aquí hemos llegado
Alfonso Armada, de 51 años, periodista actualmente en el D7 de ABC y en FronteraD, ha trabajado también en El País y en Faro de Vigo. Ha cubierto el cerco de Sarajevo, el genocidio de Ruanda y es experto en África, sobre la cual habla en sus Cuadernos africanos. Este mismo mes ha publicado su último libro, Diccionario de Nueva York
Borja Bergareche, el benjamín, ha sido nombrado recientemente subdirector de abc.es y hasta entonces era el redactor jefe de Internacional en ABC.

Era obvio el por qué esperábamos que hablasen, al menos, con la misma concisión, claridad y maestría con que lo hacen cada uno de ellos es sus respectivos campos. Pero parecían estar fuera de juego, y la tertulia se movió desordenada por un montón de lugares comunes.
Bergareche empezó bien, apostando por "periodismo, periodismo y periodismo", recordando que la mejor arma es un buen titular y esbozando límites estructurales, institucionales y tecnológicos a la hora de enfrentarnos al periodismo actual, convergente con los nuevos medios. Pero le faltó la contundencia, la precisión y el detalle con que le hemos escuchado enseñar sobre Oriente Próximo o sobre Cuba. Como a todos, le sobró improvisación. No les hubiese venido mal haberse puesto de acuerdo sobre las directrices que podrían abordar. 
Armada apostó por hacer "periodistas más polivalentes" y por romper con "el corsé de hierro" que los periodistas se imponen al considerar que el lector va al periódico "a confirmar sus prejuicios". Las ideas fueron precisas, pero casi imperceptibles, ya que sus intervenciones fueron escasas; prácticamente, no participó en la tertulia. 
Meneses aportó color al encuentro. Fue un placer escuchar sus hazañas pero se fue de tema. Dejó claro lo  evidente, que escuchar a las grandes figuras es un modo ideal de aprender; pero quizás no era el modo ni el momento. Eso sí, dejó consejos en el aire que no vamos a dejar escapar: "El camino es ir a buscar la información. Tenemos que hacer buen periodismo. Empezar un reportaje agarrando al lector y terminar dejándolo expectante." 

La tertulia periodística acabó convertida en una vaga reflexión sin hilo argumental. Interesante sí, pero improductiva y poco preparada. Quizás si no hubiésemos esperado tanto, no hubiese sido un tanto decepcionante... Pero faltó una puesta en escena limpia, y que los tertulianos se hubiesen acercado a sus intervenciones con la misma conciencia y preparación con que se acercan a la escritura de sus textos. El debate por el que se apostó, los límites del periodismo, prácticamente no apareció más que en el enunciado del mismo y en un par de apuntes cogidos por los pelos. Lo único que pareció quedar claro del encuentro es que por mucho ABC2010 por el que se apueste, "la grapa no se toca". Y que lo demás, está en el aire...

domingo, 21 de febrero de 2010

Desaliño

"...en el triste desaliño de mis emociones confusas...", como diría Pessoa, acaba una semana y empieza otra. La lucha es contra el reloj, con las horas que pasan -estoy convencida- a más de 60 minutos el intervalo. Sabe a lasaña y huele a tabaco de liar y a manzana verde. La luz es tenue y la lavadora aún no ha terminado de dar vueltas. Todo, como la ropa, gira en mi cabeza sin llegar a un final, sin descansar siquiera para coger el suavizante. Será que sube la fiebre. O no. Se escuchan voces, cerca, pero es lo mismo porque no calan. Porque la melancolía se convierte en un reflexivo lugar común... del que hay que huir. Menos literatura y más periodismo, lo sé. Más gritos y menos susurros. Ideas nuevas y límites confusos. Como un desliz... en el que vuelvo a caer.

lunes, 15 de febrero de 2010

Celda 211, la peli del año, con 8 Goyas

En la foto, el argentino Alberto Ammann, que agradeció el Goya a sus profesores Juan Carlos Corazza y Manuel Morón

Celda 211 ha sido la gran ganadora de la noche de los Goya, con ocho estatuillas. Sus protagonistas, Luis Tosar y Alberto Ammann, han ganado sendos Goyas a mejor actor protagonista y actor revelación, respectivamente; y Marta Etura, a mejor actriz de repartoSe ha llevado también, entre otros, el de mejor dirección para Daniel Monzón
La otra apuesta de la noche, Ágora de Alejandro Amenabar se ha llevado siete Goyas, aunque casi todos técnicos.
Lola Dueñas ha ganado el premio a mejor actriz protagonista por Yo, también y Raúl Arévalo a mejor actor de reparto por Gordos. Soledad Villamil se ha llevado el Goya a mejor actriz revelación (sí, sí, revelación, aunque lleve años como consolidada profesional) por El secreto de sus ojos, aunque no ha podido ir a recogerlo por motivos profesionales.  

(Y yo, con quince aciertos, he ganado una tarde de cine a cuenta de mi colega de apuesta, que sólo ha acertado ocho...)

Ver todos los ganadores:

sábado, 13 de febrero de 2010

Un buen día para hacerle caso a Larra


"¿Dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio".


"Cuando el dos de noviembre de 1836, Mariano José de Larra escribió el artículo "El día de los difuntos del 36", el periodista ya estaba muerto, aunque aún no se hubiese pegado el tiro.
Que su amante Dolores Armijo le dijese el día anterior que "nunca más", que hasta allí habían llegado y que se iba a las Islas Filipinas, no fue el motivo. Eso sería una versión simplista. Más bien, debió de ser la gota que colmó el vaso, la última prueba que no estuvo dispuesto a pasar. 
Larra se suicidó un día como hoy, un 13 de febrero de 1837, en esta ciudad. Mientras, en el teatro de la Cruz, cercano a su casa, estaban tocando la ópera "Norma".

Había tenido una educación francesa en un Madrid aún de ovejas y panderetas, y no le vio sentido a escribir para ciegos y hablar para sordos. "Mi vida está condenada a decir lo que otros no quieren leer", escribió.
Mañana, domingo 14, concluye la exposición "Larra, Fígaro de vuelta, 1809-2009", que ha realizado la Biblioteca Nacional y en la que se han mostrado 150 piezas entre libros, artículos, muebles, grabados, cuadros y otros objetos.

viernes, 12 de febrero de 2010

Irán, de aniversario


Irán celebra el 31 aniversario de la victoria de la revolución islámica olvidándose de su rebelión

El movimiento Verde pierde fuerza frente al presidente de la República, Mahmoud Ahmadineyad, que la gana

La República de los animales llegaría. «Tal vez —pensaron en la granja— no fuera pronto, quizá no sucediera durante la existencia de la actual generación de animales, pero vendría». En la eterna alegoría descrita en «Rebelión en la granja», la novela que George Orwell publicó en 1945 en contra de los totalitarismos, los animales sublevados contra el patrón están convencidos de que su revolución triunfará.
Para ello, crean un sistema de gobierno de base, en el que todos los animales participan. Pero la idea de hermandad inicial convierte la granja en un caos. Impulsados por sus ansias de poder, algunos de los animales se hacen con el control bajo la apariencia de un falso consenso. «Rebelión en la granja» es una fábula sobre la corrupción del poder y la parsimonia de las masas, representados por unos personajes que que se identificaron con el régimen zarzista, Lenin, Stalin y Trotsky.
Una especie de «Rebelión en la granja» está ocurriendo en Irán. Ayer concluyeron las celebraciones por el 31 aniversario de la victoria de la revolución islámica, con los ojos puestos en las nuevas esperanzas que promete la revolución Verde.
En la década de los setenta, en Irán, conocida como Persia hasta 1935, se estaba tejiendo un cambio. Las masas obreras estaban cansadas de un régimen de monarquía autoritaria secular, impuesto en 1925, que se definía a sí mismo como pro occidental y anti comunista.
Desde la revolución soviética de 1917, no se había vuelto a dar un caso de insurrección contra el gobierno que naciera desde abajo, desde el pueblo, en lugar de hacerlo, como era más frecuente, desde las elites intelectuales.
Los iraníes se echaron a la calle en contra de la monarquía hereditaria de Mohamed Reza Pahlevi, y se enfrentaron al SAVAK, la policía secreta del Sha.
El 1 de febrero de 1979 derrocaron  a Pahlevi, y regresó, entre vítores, el  ayatolá Ruhollah Jomeini, que había liderado la revolución. De ese modo, quedaron atrás 2.500 años de monarquía en el país.

Revolución fallida
Aunque también Gran Bretaña y Rusia ejercían una fuerte influencia sobre Irán, era Estados Unidos la potencia que más poder tenía sobre el país. Esto chocaba con el antisemitismo y los fundamentalismos protagonistas de sus calles; lo que desembocó en constantes enfrentamientos entre Oriente y Occidente.
Esta situación, sumada a la ausencia de una dirección en el ejercicio del poder, atenuó el fracaso de la revolución. El partido comunista Tudeh, que debía ejercer de guía, no supo manejarse con la situación. La democracia se tambaleó quemada en su propia hoguera. Empezó a hablarse de las contrarrevoluciones, promovidas por los ayatolás. Después, treinta años de caos.
Irán volvió al punto de mira el pasado junio, cuando se celebraron unas elecciones marcadas por las limitaciones de libertades, como la de información. Lo que planteó si estaba siendo lícito el ejercicio de la democracia. Aunque con aspecto renovado, estaban abriéndose las mismas heridas de siempre. 
Desde ese momento, numerosas manifestaciones empezaron a sucederse en Teherán. Los iraníes, como único modo efectivo de comunicación, se lanzaron a internet. Irán es el cuarto país con más bloggers del mundo (60.000 espacios) y el más avanzado en estas materias dentro de Oriente Medio (un 31,8% tiene acceso a internet). El movimiento Verde, formado en su mayoría por estudiantes y gente nacida después del 79 (ya en democracia), expresaba sus ideas adaptándose a los tiempos, y haciendo uso de plataformas como Twitter.
 Entre el 12 de junio, día en que se convocaron las elecciones, y el 29 de junio, cuando se proclamó vencedor Ahmadineyad, Irán adquirió una proyección mundial llegando a todos los rincones. Pero también aumentaron los disturbios, registrándose 26 muertos (la oposición habló de 69), y 1032 detenidos.
El resultado de las elecciones volvió a dar como vencedor a Mahmoud Ahmadineya, lo que provocó que algunos grupos, entre ellos los Verdes, acusaran al Gobierno de «pucherazo». La  ex viceministra de Medio Ambiente, Massumeh Ebtekar, declaró: «Está en juego la República Islámica porque Mahmoud Ahmadineyad no ha respetado en sus cuatro años en el poder las normas establecidas». 

Libertades oprimidas
En el prólogo de «Rebelión en la granja», Orwell escribe: «Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír».
Los iraníes hicieron uso de los medios que tuvieron para poder decir a sus conciudadanos, incluso aquello que no querían oír. Demostraron un valor y una determinación ilimitados para hacer frente a una política de coacción. Pero ayer, mientras se celebraba el aniversario, por primera vez los iraníes parecían estar conformes con su presidente.
Sobre el muro, a la entrada de la granja que describe el escritor, se podía leer: «Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros». Parece que los iraníes no tienen tanta confianza en su revolución como tenían los animales de la fábula. El problema es que se dejen engañar tras una buena cara.
«No había duda de la transformación ocurrida en las caras de los cerdos —escribe Orwell—. Los animales asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro».
Las imágenes del aniversario dejaban en el aire la duda de si la revolución Verde está perdiendo fuerza o de si, en el fondo, los iraníes saben que, «quizás no sucediera durante la existencia de la actual generación de animales», pero el cambio llegaría.

sábado, 6 de febrero de 2010

El periodista, por Tomás Eloy Martínez

Los doce puntos del periodista, por Tomás Eloy Martínez:

1) El único patrimonio del periodista es su buen nombre. Cada vez que se firma un texto insuficiente o infiel a la propia conciencia, se pierde parte de ese patrimonio, o todo.

2) Hay que defender ante los editores el tiempo que cada quien necesita para escribir un buen texto.

3) Hay que defender el espacio que necesita un buen texto contra la dictadura de los diagramadores y contra las fotografías que cumplen sólo una función decorativa.

4) Una foto que sirva sólo como ilustración y no añada nada al texto no pertenece al periodismo. A veces, sin embargo, una foto puede ser más elocuente que miles de palabras.

5) Hay que trabajar en equipo. Una redacción es un laboratorio en el que todos deben compartir sus hallazgos y sus fracasos, y en el que todos deben sentir que, lo que le sucede a uno les sucede a todos.

6) No hay que escribir una sola palabra de la que no se este seguro, ni dar una sola información de la que no se tenga plena certeza.

7) Hay que trabajar con los archivos siempre a mano, verificando cada dato, y estableciendo con claridad el sentido de cada palabra que se escribe. No siempre, sin embargo, los diccionarios son confiables. Dos de los mejores que conozco, el de María Moliner y el de la Real Academia, sólo corrigieron en 1990 la vieja definición de la palabra día. Hasta entonces, seguían dándola como si aún viviéramos bajo el imperio de la Inquisición. Día, se podía leer, es el espacio de tiempo que tarda el sol en dar una vuelta completa alrededor de la tierra.

8) Evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados. Un periodista que publica todos los boletines de prensa que le dan, sin verificarlos, debería cambiar de profesión y dedicarse a ser mensajero.

9) La clase política, la clase empresaria y, en general, los sectores con poder dentro de la sociedad, tratan de impregnar los medios con noticias propias, a veces añadiendo énfasis a la realidad. El periodista no debe dejarse atrapar por las agendas de los demás. Debe colaborar para que el medio cree su propia agenda.

10) Hay que usar siempre un lenguaje claro, conciso y transparente. Por lo general, lo que se dice en diez palabras siempre se puede decir en nueve, o en siete.

11) Encontrar el eje y la cabeza de una noticia no es tarea fácil. Tampoco lo es narrar una noticia. Nunca hay que ponerse a narrar si no se está seguro de que se puede hacer con claridad, eficacia, y pensando en el interés de lector más que en el lucimiento propio.

12) Recordar siempre que el periodismo es, ante todo, un acto de servicio. El periodismo es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro.


El escritor y periodista argentino murió esta semana en Buenos Aires. Vivió el periodismo "a tiempo completo". (Leer más)

jueves, 4 de febrero de 2010

Clint Eastwood: el amo de su destino; el capitán de su alma


«El mérito recae exclusivamente en el hombre que se halla en la arena (…), el que lucha con valentía, el que se equivoca y falla el golpe una y otra vez», pronunció el presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosvelt, en un discurso en Paris titulado «El Hombre en la Arena». Es el eterno oxímoron de Samuel Beckett: «Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor».
La última película de Clint Eastwood, «Invictus», lo intenta. Un drama poético que, sin ser ni de cerca brillante, supera con creces a muchas de las películas con quien comparte cartelera. Escenifica la apuesta de un presidente, Nelson Mandela, y de un país, Sudáfrica, por unos ideales.
Mandela se propuso unir a unos blancos, aún déspotas, y a unos negros, aún resentidos, usando como baza la pasión compartida por el rugby, en un contexto marcado por el «apartheid».
 
Irreal pero no falsa
En una historia tan real, puede que no todo necesite ser estrictamente verídico. Eastwood se permite una licencia poética en la escena en la que el presidente entrega al capitán Piennar un poema. Se trata de «Invictus», escrito por William Ernest Henley en 1875 y publicado trece años después. Durante los 27 años que Mandela pasó en la cárcel, ese poema fue un apoyo.
La escena podría ser lícita. Pero los hechos no ocurrieron así. Lo que Mandela entrega al capitán para reforzar su moral, para invitarlo a creer y a ganar, es un extracto del texto de Roosvelt. «El que cuenta es el que de hecho lucha».
Pero, ¿importa si fue o no real? A veces las palabras —las de Roosevelt, las de Henley, las de Beckett— llegan en el momento oportuno; son el impulso necesario. Y amarlas es encontrar el mejor modo de usarlas; transformarlas para que a cada uno le sirvan para hallar sentido, incluso cuando no lo hay. Da igual qué ocurrió. También Eastwood es el amo de su destino; el capitán de su alma.

miércoles, 3 de febrero de 2010

«La obsesión era atender al máximo de pacientes»


Tras doce días participando en las labores de emergencia en Haití, el médico Prados llega a ABC para contar cómo ha sido su experiencia

Verdes, los pacientes leves. Amarillos, los intermedios. Rojos, los muy graves, los que tenfrán prioridad a la hora de ser atendidos. Y azules… «Claro, a ellos nos les podíamos decir que eran azules…», explica el médico. Azules, aquellos que están tan graves que las probabilidades de que sobrevivan son demasiado bajas. No hay tiempo para intentarlo. Negros, los muertos.
En este código de colores, los médicos desplazados hasta Haití clasifican a los pacientes. Con esta paleta van estableciendo prioridades de cara a atenderlos: «son muchos y los recursos están muy limitados». Así lo explica el Jefe del departamento de protección civil del SAMUR del Ayuntamiento de Madrid, Fernando Prados Roa.
Hace apenas una semana regresó de Haití, donde el terremoto que asoló Puerto Príncipe el pasado 12 de enero ha provocado casi 200.000 muertes. Allí,  junto a otros nueve profesionales sanitarios, ha participado, durante doce días,  en labores médicas de emergencia.

—¿Qué es lo primero que hace un equipo de emergencia al llegar a una catástrofe?

—Lo primero fue aterrizar. La torre de control no funcionaba y eran los norteamericanos los que nos daban instrucciones de quiénes podían y quiénes no. Dentro de lo que cabe, no nos fue mal. Sólo tuvimos que esperar 45 minutos. Nosotros ya habíamos contactado con los cascos azules de la ONU. Ellos estaban instalados en el aeropuerto y nosotros hicimos lo mismo. Lo primero era buscar donde actuar. Para eso cogimos a un chofer y le dijimos que nos llevara a los hospitales. Nos quedamos en el primero que vimos, el de «La Paz».

—¿Cómo era una jornada de trabajo en Haití?

—A las seis de la mañana, los cascos azules nos llevaban al hospital. En teoría, a las seis de la tarde nos teníamos que volver al aeropuerto, aunque al final, solíamos retrasar el regreso hasta las ocho, ya que había pacientes que sabíamos que si no los atendíamos, al día siguiente ya no iban a estar vivos. Traían a los heridos ayudándose de cartones y restos de puertas. Así que, en colaboración con un grupo de médicos cubanos, clasificábamos a los heridos por colores, y los atendíamos según sus necesidades. No había tiempo ni de tomar la tensión, todo el trabajo era siempre muy precipitado. La obsesión era atender al máximo de pacientes posibles.
—¿Cómo reaccionaban los pacientes ante esa organización?

—Al principio todo era muy caótico; curiosamente, una réplica del terremoto, ocurrida al segundo día de estar allí, provocó que, quizás por miedo, los familiares se llevaran del hospital a muchos de los pacientes. Aquello nos sirvió para poder organizarnos mejor. Los pacientes eran absolutamente obedientes y entregados, intuían que sus vidas estaban en nuestras manos.

¿Os encontrábais con muchos casos en los que fuese necesario amputar?

—Sí, los haitianos están muy predispuestos a hacer torniquetes; esto provocaba muchos casos de necrosis y gangrenas que desembocaban en que la amputación de las extremidades fuese la única solución para salvar la vida del paciente.

—¿Qué particularidades tenía la atención hacia los niños?

—A partir del cuarto día, montamos tiendas de campaña en las afueras del hospital para poder atender mejor a los niños. Nos ayudaban un grupo de monjas, las hermanas de la Caridad de San Vicente Pau. Por otro lado, a partir del tercer día, empezamos a tener nacimientos. El primer parto que tuvimos fue por cesárea; la madre venía enferma y pensamos que no sobrevivirían. Y, sin embargo, madre y niño salieron perfectos. Esas vivencias eran la parte más agradecida de nuestro trabajo.

—¿Cómo era la actitud de los propios haitianos?

—Parecía una ciudad pseudofantasma. La gente vagaba, caminaban pero sin ninguna dirección. Incluido los médicos haitianos. La primera vez que vi a un médico haitiano por el hospital, pensé que sería una ayuda; después me di cuenta que deambulaba desorientado. No miraba a ningún paciente. Supongo que también era comprensible. Además de médico, era persona, y también habría perdido a sus allegados. Estaban todos muy afectados.

—¿Cómo se vivían los casos en los que, de pronto, salían personas con vida tras varios días atrapadas entre los escombros? 
—Era emocionante. Fue, por ejemplo, el caso de una niña de dos años. Su madre la había dado por muerta y en la propia desesperación, empezó a gritar su nombre. Y la niña se movió. Llevaba seis días bajo los escombros. Llegó al hospital completamente deshidratada, inmóvil, y a las tres horas ya se movía. No sé si será genética, selección natural… pero sobrevivió.

—¿Qué opina de la polémica con los médicos que se sacaron fotos festivas en Haití?

—Hay que ser muy prudente cuando se está en una situación así, pero tampoco hay que descontextualizar. El medio no debía haber publicado esas fotos. Es cierto que, vista desde aquí, la actitud que tuvieron pudo resultar irrespetuosa; pero hay que ser benevolente. Probablemente esos médicos están haciendo una labor extraordinaria y aquello era sólo un momento de desahogo. Seguro que están ayudando mucho más que aquellos que los criticaron.

—¿Qué considera lo primordial a la hora de acudir a una emergencia sanitaria?

—Bueno, es esencial ser autónomos, que el grupo sea capaz de autogestionarse. En nuestro caso, lo único que no llevábamos era el oxígeno, que no te dejan llevarlo en el avión. El personal médico que acude a catástrofes tiene que ser capaz de trabajar con lo que el grupo lleve. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con la comida. Es necesario que los equipos de ayuda lleven alimentos para autoabastecerse. Con nuestros dólares y nuestros euros sería muy fácil comprar allí comida, pero eso provocaría que los haitianos se queden sin sus recursos. 

—¿Notaron diferencias en el modo de trabajar de los haitianosrespecto al de los españoles?

—Se notaba mucho, por ejemplo, en la percepción del dolor. Una obsesión nuestra era que los niños no sufrieran. Ellos ni siquiera se planteaban usar analgésico. Nosotros intentamos hacer nuestro trabajo lo mejor posible, pero no podemos olvidar que no vamos allí a imponerles un modo de trabajar, ni de vivir, ni de hacer las cosas. Vamos a liberarlos de trabajo en un momento puntual, a intentar ayudarlos; pero, después, nosotros nos volvemos y ellos, los haitianos, se quedan allí.

lunes, 1 de febrero de 2010

Conversación 2

- Mi madre me ha dicho que los periódicos son de los partidos políticos -dice Paz, de doce años.
- No exactamente -intento explicarle.
- Pero mi madre me ha dicho que El País es de Zapatero.
- Los periódicos no son ni de los partidos ni de los políticos, lo que pasa es que sí que tienen una ideología; vamos, que sí que están más de acuerdo con unos partidos que con otros. 
- ¿Entonces El País es de izquierdas? -pregunta la pre-adolescente.
- Digamos que dentro de los que hay, es el más de izquierdas. 
- ¿Y El mundo es de derechas o de izquierdas?
- El mundo es de derechas. 
- Y si El País es de izquierdas y El Mundo es de derechas, ¿dan noticias diferentes? 
- Bueno, o dan diferentes versiones de la misma noticia.
- Pero, ¿el periodismo no es objetivo?
- La objetividad en el periodismo no está tan clara...
- Entonces, ¿los periódicos dan su opinión?
- Bueno... 
- Pero si nos acabas de decir que si escribíamos un artículo para el periódico del cole, no podíamos dar nuestra opinión sino ser objetivos y dar sólo información... entonces, no escribimos como en los periódicos de verdad... 
- Tenéis que intentar escribirlos sin opinar porque...
- ¿Y el ABC? -me corta.
- El ABC, ¿qué?
- ¿Que si es de izquierdas o de derecha?
- El ABC más que ser de izquierdas o de derechas, es un periódico monárquico y católico.
- Ah... entonces, ¿el ABC está en contra de usar preservativos?

Conversación 1

- Vosotros sabéis manejar vuestra libertad, nosotros no -dijo plenamente convencido Giani, marcando la diferencia entre ellos, italianos, y nosotros, españoles.
- Nosotros -prosiguió- necesitamos a alguien que nos guíe, que nos marque el camino... como hizo Mussolini.
- ¿Cómo?... ¡Venga ya! -protesto yo- No me puedo creer que estés diciendo eso.
- No me entiendas mal -intentó justificarse- no es que esté a favor de Mussolini, pero con él ha sido con la única persona con que Italia fue bien... Y así pensamos la mayoría de los italianos.
- Eso es lo que dicen en España los abuelos que defienden que con Franco se vivía mejor y más seguros -replico yo-, pero tú, que tienes 22 años, y que no sabes de Mussolini más que lo que te han contado...
- Tú no lo entiendes porque eres española... Pero a los italianos no nos gusta Berlusconi porque no es listo, Mussolini sí lo era. Nosotros no queremos libertad porque no sabemos manejarnos con ella. Y tampoco queremos a Berlusconi.
-Los italianos habláis mucho y después no hacéis nada. Sólo protestáis.
- Es cierto, pero tú no lo entiendes, no eres italiana.